¡No te dejes atrapar!

¿Qué pasaría si fueses apresado y juzgado por la Santa Inquisición? ¿Cuáles serían las fases del proceso?

En el Siglo de Oro la institución tenía una función política, más que espiritual, y los prelados que presidían los tribunales solían ser juristas y gente culta. La verdad es que los casos de brujería terminaban fundamentándose en la superchería —a pesar de lo que diga la leyenda negra al respecto—, y no tenían mucho peso en las resoluciones de los juicios; como mucho acababan en unos cuantos azotes. Aunque a veces, tristemente, pero en menor abundancia, también había fanáticos y supersticiosos que podían hacerte la vida un suplicio.

En mi novela a la Santa Inquisición se la conoce como el Santo Oficio, y su estructura está inspirada en la Inquisición española que tuvimos en la península ibérica durante la Edad Moderna. Dragos Corneli, el protagonista de La historia triste de un hombre justo, ha chocado contra el dogma en el pasado, hasta el punto en que tuvo que exiliarse. Ahora vuelve a la ciudad de Ísbar con un indulto bajo el brazo, pero a lo largo de la trama estará en el filo de la navaja, jugándose el pellejo mientras los ojos del Santo Oficio observan como roza los límites de la moralidad.

Vamos al grano. ¿Qué ocurriría si alguien fuese apresado por el Santo Oficio? Estas son las etapas que estremecen de terror a nuestro protagonista.

  1. Apiolamiento

La primera de las fases es sencilla. Imagínate transitando por una de las calles de la villa y, de repente, alguien grita tu nombre seguido de un «¡Daos en nombre del Santo Oficio!». Te aseguro que un escalofrío recorrería tu espina dorsal, y una sensación de quemazón nerviosa te abrasaría los intestinos.

La gurullada, es decir, el pelotón que viene a por ti —compuesto de corchetes y familiares armados de la Santa Sede— se te acerca, te pone cadenas sin decirte palabra alguna, y te conduce hasta el calabozo de uno de los distritos de la institución —en la novela se llaman prefecturas eclesiásticas—.

No tienes derecho a saber de qué se te acusa, así que olvídate de preguntar. A lo sumo, si perteneces a la nobleza, se te puede retener en tu domicilio, de donde no se te tendrá permitido salir.

  1. Embargo de bienes

Mientras estás fuera de todo contacto humano, ya sea en un calabozo o en tu propio domicilio, un prelado llamado notario de secuestros se encarga de inventariar todas tus posesiones. Si estás deduciendo para que son, probablemente aciertes: para pagar, efectivamente, las costas de todo el proceso —incluidos los sueldos del torturador y el verdugo—.

Aunque seas absuelto…

  1. Interrogatorio (y tormento)

A lo mejor pasan meses hasta que te llaman para declarar, pero tarde o temprano tendrás que responder ante el tribunal. Se te colocará ante una media luna de funcionarios del Santo Oficio, entre los cuales tendrás que temer al procurador —también llamado el fiscal—, que será quien se encargue del objeto de tu acusación. Si rompes a llorar por la presión emocional, no te preocupes, existen varios documentos históricos que atestiguan que esto era normal. Por supuesto, no esperes ningún tipo de clemencia: todos aguardarán silenciosos —muy respetuosos, eso sí—, hasta que tus sentimientos se apacigüen y tu mente se focalice, momento en el que los asépticos y fríos escribanos tomarán la pluma para seguir registrando.

¡Los escribanos, claro! A los reos se le hacen preguntas relacionadas con el caso, mientras un escribano en especial —notario del secreto— recoge todas las respuestas. Aquí habrás de tener cuidado, puesto que una mala palabra, un gesto incongruente o un estúpido anacoluto te pueden condenar al más insoportable de los tormentos.

Si eres de casta noble —esto incluye ser de la hidalguía—, no te preocupes: no se te tocará ni un pelo. Pero si perteneces al tercer estado, a la villanía, me temo que lo tienes muy crudo, puesto que el calificador, que valora todas las pruebas, puede sopesar que no hay suficientes datos al respecto, y ordenar que se te aplique tormento para afinarte la lengua. 

Sobre métodos de tortura no nos vamos a deleitar, dado que hay mucha información y literatura al respecto. No obstante, guárdate de hablar de más cuando estés en un potro, pues es posible que te acusen de algo que no has hecho; pero, como no sabes de qué se te acusa, es posible que grites algo indebido u otra cosa por la que crees que te están investigando. ¡La fastidiaste! Acabas de incoar una nueva acusación.

Por cierto, Dragos Corneli es hijodalgo, sí, pero la administración tiene ases en la manga para que nuestro protagonista pueda evitar salvarse del ansia de los calabozos. De eso se hablará en la novela, no te preocupes. Vamos al siguiente punto.

  1. Declaración escrita

Al día siguiente se te coloca un documento frente a ti. En él te «facilitan» la confesión que habrás de firmar. Esto es porque se considera que has hablado debido al dolor de la tortura, por lo que se debe dar un tiempo para que el reo reafirme sus «declaraciones». Más vale que no te niegues, porque… ¡Efectivamente! ¡Te pueden volver a torturar!

¡Qué cosas! ¿No?

  1. Auto de Fe

Y llegamos por fin al Auto de Fe, un espectáculo deleznable presidido por los calificadores del Santo Oficio, donde los reos —vestidos con capirote algunos— son conducidos en masa a unas tarimas grandes mientras la gente les escupe —para recordarse a ellos mismos que hay gente más miserable que ellos—. La turbamulta se hacina en las calles, intentando coger los mejores sitios para no perderse detalle, mientras que los discretos miran desde las celosías de algunos edificios. ¡Hasta su Majestad y algunos nobles han venido a verte!

Y allí se leen uno por uno los veredictos de los condenados. A ver, ¿qué te podría tocar?

¡No tienes por qué ser condenado! Condenados, sólo eran unos pocos, y menos los que quemaban —en los casos más extremos—. Quizá la condena se reduzca a azotarte en público, llevado a unos calabozos durante algún tiempo o, y esto es duro, ser llevado de excursión a las gurapas —a remar en galeras, para que nos entendamos—. 

También podrían conminarte a alguna humillación pública, como ser entonelado o a prohibírsete llevar alguna prenda durante un tiempo determinado. ¿Has leído Canción de Hielo y Fuego? En Danza de Dragones Cersei camina desde el templo a la Fortaleza Roja mientras es escupida, apedreada y hasta toqueteada por la miserable gente. ¡Sí, también pueden obligarte a desfilar así!

Por el contrario, puede que no haya pruebas de tu herejía, por lo que se te podría aplicar la abjuración —normalmente se paga una multa pecuniaria—. O quizá te suspendan la condena, lo que implica que tus bienes siguen embargados y el proceso continúa activo, a la espera de más pruebas —más vale que te escondas—. 

Y, por último, si te consideran inocente, no esperes resarcimiento. El embargo de bienes se usará para pagar los procesos, incluidos costas materiales y sueldos.

la historia triste de un hombre justo locutado 15 septiembre

Esperemos que Dragos Corneli no caiga en manos del Santo Oficio, pero eso ya se verá en La historia triste de un hombre justo, que verá la luz el 5 de noviembre. Pero antes, te recuerdo que el 15 de septiembre liberaré el primer capítulo de la novela, para que puedas leerlo —y escucharlo—.

Un abrazo, y cuídate de no blasfemar.

Ángel G. Olmedo.

Deja un comentario