El corral de comedias en Ísbar

Pues sí, en mi novela de fantasía, que está ambientada en el Siglo de Oro español, era preceptivo que apareciera el corral de comedias. Más que obligatorio, lógico y consecuente para preservar la coherencia interna de la obra; el entretenimiento de las gentes debía parecerse a lo que teníamos aquí en pleno siglo XVII; pero también a nuestra España actual, dado que la novela es mi visión particular de nuestro entorno.

¡Espera! ¿Qué es un corral de comedias?

Durante la Edad Moderna, las gentes encontraban entretenimiento en el teatro, entre otras cosas, y por ello se congregaban en unos patios donde se ofertaban estos espectáculos con obras teatrales. En dichos patios y almacenes —corrales— de vecinos se colocaban unas tarimas y un escenario. Alrededor, en las balaustradas estaban los palcos en pisos superiores —para los pudientes—, mientras que abajo se hacinaba la gente más llana. 

el corral de comedias

Por cierto, al final de esta gente se situaban los llamados mosqueteros, que no eran ni más ni menos que espectadores que avivaban el griterío del respetable, llegando a lanzar fieros o elogios hacia la representación. El fracaso de una obra podía depender de estos excitados personajes.

Los corrales de zancajos

Ísbar es una crítica a nuestra España actual y, dado que las gentes de nuestra época no están —seamos sinceros— muy apegadas al teatro, me resultaba muy difícil aceptar que los habitantes de mi mundo de fantasía tuviesen amor por estos espectáculos y la cultura en general. La analogía no funcionaría.

Por eso, los corrales de comedias en Ísbar reciben un sobrenombre: los corrales de zancajos. No quiero contarte de dónde viene el nombre, porque eso es mejor que lo averigües tú —sería un despropósito destriparte elementos de peso de mi novela—. Pero no es nada alentador, para qué lo vamos a negar… Al fin y al cabo, tenía que hacer la crítica.

Para salvaguardar la suspensión de la incredulidad de la que te hablaba hace unas semanas, además de la coherencia interna de la obra, necesitaba justificar esa analogía entre los habitantes de mi mundo y los del nuestro, por lo que el corral de comedias sufre una pequeña transformación en mi novela: el objeto del teatro es muy diferente al de expresar arte. Los corrales de Ísbar, al igual que los de la España del siglo XVI o XVII, también tienen por fin entretener, pero lo hacen de un modo diferente, y esto me vale para verter la crítica. Algunos lectores ya han llegado a esta parte del libro y lo han pillado, cosa que me llena de alegría.

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Ángel G. Olmedo.

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