Los pensamientos de un asesino

(Relato)

Lo que vuesa merced está a punto de leer es un fragmento del diario de un funcionario del Palacio Imperial de Ísbar. No vamos a comprometer su identidad para no manchar su reputación, pues bastante ignominia ha recibido él y su Casa a lo largo de los últimos años.

Se trata de un testimonio sobre algunos hechos deshonrosos, en el que el autor rehúsa dar demasiados detalles; quizá debido a lo turbios que resultan estos asuntos para un gentilhombre de su talla. Habla de su encuentro con una persona misteriosa —un armonizador, quizá un bardo— que amenaza de muerte a nuestro protagonista en el distrito Mirtos de Levante, así como «a personas importantes», según nos cuenta en el escrito. La escena que se relata evidencia una habilidad inusitada en este armonizador a la hora de conjurar su música, aclarando mucho acerca de La historia triste de un hombre justo —novela que verá la luz el próximo 5 de noviembre—, que nos habla a su vez de los difíciles tiempos que se vivieron en la ciudad de Ísbar por aquel entonces.

He aquí el fragmento del diario incautado, hallado en el despacho de un alto comisionado del Gobierno:

19 de mayo del año de Nuestro Señor Reverberado de 1632. Distrito de Mirtos de Levante.

Sus pensamientos invadieron los míos de forma abrupta.

La rapidez y el silencio con los que compuso la escala me hicieron pensar que me estaba volviendo loco; El susurro del viento es una melodía básica, fácilmente de detectar por oídos entrenados, como los míos. Sin embargo, aunque no logré escuchar las notas del hechizo, un puente armónico se había tendido desde aquel hombre hasta mi mente, de modo que las palabras ya no eran necesarias; sólo la voluntad de nuestros pensamientos bastaba para comunicarnos en la distancia.

A fe mía que me creí loco en un principio, pues había perdido dominio de mis propios pensamientos con ridícula rapidez. Mas un instante me duraron estas conjeturas terribles cuando vi que quien se adueñaba de mis magines se me mostraba a la vista, sin ningún tipo de subterfugio, y lo más llamativo: con actitud delatora y desafiante.

Me miraba con todo el cuerpo escorado hacia mí desde unas ocho, quizá diez varas, entre la multitud del concurrido distrito. No era demasiado alto, pero había algo en su porte que intimidaba o lo hacía parecer más grande. Se le adivinaba una sonrisa aviesa detrás de un embozo que le cubría la cara; sólo dejaba al descubierto unos ojos castaños de mirada intensa. Ataviado todo de negro, de los pies hasta el sombrero, parecía una estatua hórrida que evocaba la presencia de un demonio surgido de los mismos avernos.

Aproveché el puente armónico que nos unía las mentes, de modo que fui a hablar con el impulso de mis pensamientos. Pero, antes siquiera de elaborar las palabras adecuadas, este embozado me golpeó la imaginación con una sucesión de imágenes escalofriantes que no transcribiré aquí; no por ser de naturaleza aciaga, sino comprometida, pues existen asuntos que sólo deben hablarse con las autoridades pertinentes.

El aluvión de escenas duró sólo unos segundos, tras los cuales mi resuello vaciló; sus ojos me apuñalaron amenazantes con una intensidad y vileza aún mayores. Tal fue la impresión que me hizo trastabillar, creyendo que ya no era posible más afrenta en la actitud y las maneras que aquel bellaco me mostraba.

«¿Cómo os atrevéis a amenazar a un funcionario del Estado?» le grité desde mi mente. «¿Cómo osáis transmitirme estas infamantes imágenes de muerte y desolación sobre personas tan importantes? ¿Acaso no sabéis quién soy? ¡Pocos hígados gastáis en la distancia!».

Su risa hueca me resonó en los adentros.

«Esto es sólo un aviso de lo que voy a hacer».

No llegué a contestar a estas palabras, pues una punzada intensa me golpeó el pecho y mis pulmones se pararon con un terrible silencio. La piel se me heló en la garganta, y mis piernas dejaron de responder hasta que me conocí de rodillas, luchando por coger aire mientras la visión se me oscurecía. Mi corazón se estaba apagando, y yo sabía que el intruso era el causante de ello. Sin embargo, ¡no sonaba música alguna, ni escuché las notas de esa magia perversa!

A punto de sucumbir ante esta fatalidad me encontraba, cuando el personaje del embozo me liberó de la cadena invisible que apretaba los músculos de mi corazón, haciendo que mis pulmones se pusieran en movimiento de nuevo. La luz volvió al mundo cuando tomé aire, y unos viandantes me asistieron apoyándome la cabeza contra un muro. Tras beber de una cantimplora que alguien me tendía intenté alzar la vista, pero ya no había rastro de aquel hombre terrible, sino una calle concurrida de personas que se paraban curiosas ante el espectáculo.

Hace apenas unas horas que he avisado de este incidente a las autoridades más elevadas, tanto seglares como eclesiásticas, pero parécenme como despreocupadas, sino indolentes ante mis pesares. Han desplegado a alguaciles y corchetes por toda la ciudad de Ísbar, buscando, según me dicen, a ese «supuesto criminal»; ahora empiezan a creer que este encuentro no fue sino producto de los delirios de mis quebrantos; o peor aún: algunos ya han insinuado que es síntoma de mi desjuiciada mente de anciano. 

Pero sé lo que he visto, y lo que he sentido. Por la ciudad de Ísbar ronda un maleante que está a punto de hacer algo terrible. Allá afuera, en las sinuosas callejuelas laberínticas de la ciudad estado de Ísbar, un embozado acecha y encuentra la forma de llegar a alguien para darle muerte.

Y yo sé a quién pretende asesinar; porque lo he visto en mi mente… 

El testimonio se para en este punto. Pero si vuestra merced quiere ahondar más en estos hechos, podrá encontrar más cosas en el relato de Dragos Corneli, bardo proscrito, que puede dar buena fe de todo ello en La historia triste de un hombre justo, novela que verá la luz el 5 de noviembre de este mismo año.

Es importante que esto llegue a cuantas más personas sea posible, de modo que si vuesa merced lo cree oportuno, puede hacer copias de este escrito para compartirlo donde mejor crea conveniente. Mientras tanto, si ve a alguien embozado por los mil y un callejones sinuosos de Ísbar, o estima que debe dar opinión sobre qué le parece el relato, puede responder a esta misiva por el medio presente o, si lo prefiere, en esta otra dirección, donde podrá estar al tanto de mis trabajos.

Saludes y gracias,

Ángel G. Olmedo.

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