LA CULTURA DEL ESFUERZO Y LA SONRISA DE GILIPOLLAS

Supongo que, a estas alturas del panorama internacional, sabrás que la meritocracia y la cultura del esfuerzo son mentiras que sostienen la desigualdad y el nepotismo. Y para ilustrarlos, déjame que te cuente una historia personal que me ocurrió hace unos años. Una historia como la tuya, posiblemente, como la del resto de seres humanos. En definitiva…

La misma historia de mierda de siempre…

Un día me llamaron para una oferta para un puesto de técnico de recursos humanos, una empresa de telefonía en la ciudad de Granada. Al descolgar sonó la voz de una muchacha que rebosaba alegría desmedida en la voz; yo venía conduciendo precisamente de Granada, de visitar a unos amigos. La escuché muy resuelta por el manos libres, muy entusiasmada ella: «Hola, soy Menganita, su currículum nos ha encandilado, patatín y patatán; es lo que andábamos buscando. ¿Puede venirse?». Por aquel entonces disponía de mucho tiempo libre y ahorros, además de estar cobrando el paro, por lo que me contagié del histrionismo de la menda lerenda y accedí con un tono idiotizado, casi caricaturesco. Al día siguiente me monté en el coche y regresé de nuevo a la capital estudiantil para tantear un posible trabajo.

La trampa

No me costó encontrar el lugar: un cuartucho sobrio en una galería en los bajos de un edificio de viviendas. Total, que se abre una puerta y aparece un tipo enchaquetado, con tres kilos de gomina y una mirada velada, como si estuviera pensando en qué tiene que hacer de comer mañana, en vez de tener la mente en el trabajo. Me da la mano y me saluda con voz artificial. Ya no hay histrionismos, ya no hay exaltación ni felicidad desbordante; ahora la pelota está en mi tejado, y son ellos quienes evalúan mi energía, mi estado de ánimo.

Ni siquiera me pregunta, abre la carpeta con mi currículum y saca unos folios, casi con aire altivo. Entonces empiezo a darme cuenta del asunto, de los motivos de su altivez, de su laconismo, de su indolencia. Pues, tomando un boli y, como si estuviese recitando el padre nuestro, empieza una perorata con voz parca y artificial, todo de memoria.

«El trabajo es a puerta fría; las comisiones son por cada contrato hecho; tiene que hacerse autónomo; si llega a X comisiones se le paga el autónomo, bla, bla y bla…». Empieza a dibujar esquemitas en la hoja en blanco, con una soltura alucinante: flechas, cajitas de texto, todo muy profesional; debía llevar años haciendo eso. Te juro que yo estaba embobado, pero la dignidad y la paciencia me golpeaban en sendas sienes: «despierta, que te están tomando por gilipollas» decía la dignidad. «No estás para estas tonterías», decía la impaciencia, «además tengo hambre».

Troya arde

Como por aquel entonces ya gastaba un cinismo galopante (añeja vileza que destilé en mi vesícula biliar gracias al puesto de gerente en una perrera ―se aguanta a mucha escoria allí, te lo garantizo―), interrumpo al muchacho en seco:

―Disculpe. Me está usted describiendo un puesto de comercial.

Te juro que el tipo, que por supuesto no se esperaba ni el comentario ni el tono, parpadeó como si un robot sufriera un pantallazo azul en su sistema operativo (posiblemente Windows Vista). Asintió como respuesta, cambiando las formas y el tono, con una mezcla entre sorprendido y suspicaz. A lo que le contesté que no me malinterpretara, que el de comercial es un trabajo muy digno, pero que debía haber algún error; yo venía a por el puesto de técnico de recursos humanos, por el que me habían llamado.

―No tenemos vacante para técnico de recursos humanos ―dice el colega, como el tendero que se excusa ante el cliente por no tener pan de pueblo, pero sí le quedan algunos bollos.

En fin, como te imaginarás, mi protesta no cabía ser de otra forma: ¿para qué CARAJO me llaman entonces diciéndome que el puesto es de recursos humanos? El enchaquetado se encoje de hombros, «¿quién le ha dicho eso?»; «pues mire usted, una tal Menganita» contesto; «disculpe el error» se excusa «eso es que se ha confundido». Y ante esto, claro, mi vesícula jaleó la bilis hacia la garganta y empapó mi lengua; esa bilis griega que se había colado en aquel despacho como Ulises en caballo de Troya.

Tengo una personalidad sosegada, y soy ecuánime. Pero cuando me la juegan no lo soporto, es superior a mí. «Llame usted a Menganita, haga el favor» digo circunspecto. «No está», me responde, y el miedo se le derrama por los párpados (se va a liar, pensaría). «Pues llame a su jefe». «Aquí estoy yo sólo» repone… y así, dándome esquivas con tensión y, no cabe duda, como buen gerente comercial.

Total, que al final le comenté que no había hecho un viaje de 300 kilómetros para que me tomen el pelo, que hiciera el favor de pagarme la gasolina, que se buscaran las papas como fuera, pero que lo hicieran o… No recuerdo si le dije que llamaba a la policía o que me ponía a hacer un vídeo por redes sociales allí mismo (creo que las dos cosas; y lo último las empresas suelen temerlo de cojones).

En fin, que en menos de cinco minutos habían salido tres personas, entre ellas el que se decía administrador de ese distrito, todos haciendo genuflexiones como japoneses.

La sonrisa de gilipollas en la cultura del esfuerzo

Es horrible ver tanto marasmo de naturalidad y ausencia de amor propio cuando echas un vistazo al mundillo empresarial. Pásate por las redes sociales de negocios y observa a toda esa gente usando anglicismos estúpidos para sumar puntos.

Y al final, todo esto genera un «clasismo actitudinal», donde quienes muestren su sonrisa forzada, enfermiza, con más ahínco, son los que están encima de la pirámide, como aquella muchacha que me llamó (la tal Menganita), mientras que quienes se muestran congruentes y sanos con sus sentimientos son rechazados. ¿Qué coño esperan con un paro tan desestructurado como el que tenemos en nuestro país? ¿Qué bailemos sevillanas?

Ser un motivado artificial es un mandamiento; sentir congoja y tristeza un pecado. Esto no es cultura del esfuerzo, es una religión, y la gente es ganado del negocio encubierto por sistemas asesinos, neoliberalismos del compadreo y psicologías del coaching oportunista. Hay un vídeo de Emilio Duró que se hizo viral. Decía: «contrato a quien sube las escaleras de dos en dos, comiéndose el mundo». Claro, y si luego es un inepto, ¿qué? Y a aquellos que llevan años luchando por conseguir un puesto de trabajo y, aunque solventes y sinceros, se muestran desganados, que les den por culo, ¿no? Claro, suben los escalones de uno en uno, como las personas anormales.

Al final esto es la ley de la selva pero trasladada a la modernidad (posmodernidad, más bien), donde quién está hundido se hunde cada vez más y el que está en un estatus de comodidad sube como la espuma, promocionando a puestos ejecutivos. Y a la larga cataliza en algo mucho peor: los ineptos (a menudo narcisistas) toman las riendas y puestos de responsabilidad, para mal de los pisoteados solventes que sufren las consecuencias sin poder llegar a decir esta boca es mía. Y todo porque un departamento de recursos humanos dice: «a quien venga con los hombros caídos no los contratéis». Como si a los seres humanos no se nos permitiera sentir tristeza; a lo mejor ese es el problema, que el corporatismo empresarial de nuestro siglo no tolera seres humanos, sino robots.

Robots a los que mentir claro: véngase con toda su experiencia y sus estudios y empiece desde la puta mierda. Ya si nos come la polla le iremos ascendiendo.

Repugnante.

Nuria la cuidadora

No sólo me cago en los fachas en mi próxima novela ¡Por mis cojones!, sino también en aquellos que se han labrado una posición pasándole a otros por encima. Este es el caso de Nuria la cuidadora de don Pelayo, la coprotagonista de la novela que ejemplifica la estupidez encumbrada en el éxito.

Sí, remueve las entrañas, pero por eso escribimos, no lo olvides. Para ciscarnos en la madre que pa…

Mira, hazme un favor y comparte esta puta mierda. No va a resolver mucho, pero por lo menos nos desquitamos juntos de la mano. Y si te cabrea tanto como a mí, compártelo conmigo en los comentarios.

Ah, por cierto. La gasolina me la pagaron. Digo, si me la pagaron…       

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