Se dice que los escritores somos de dos tipos: o bien de brújula o bien de mapa. Pero ¿qué significan estas dos cosas?
Según sabemos en el mundillo de la escritura, se es de mapa cuando el escritor tiene preconcebida toda la estructura de la obra: sabe por dónde van a pasar los personajes, qué es lo que van a hacer en determinados momentos, las escenas que van a resolver y, por supuesto, tienen claro los desenlaces al final de la obra. Incluso tiene planificados los capítulos del libro, el conflicto, el clímax, los antagonistas y los mensajes que van a colarte en sus páginas. Es decir, planifican toda la estructura.
Por otro lado, se conduce con brújula en mano por el fascinante mundo de la escritura aquel escritor que despliega el escenario y deja que todo cobre vida por sí mismo; la planificación no es lo suyo, sino que los elementos van viniendo de forma improvisada. Esta manera de vivir la historia que uno crea también es fascinante, aunque se corre el riesgo de perder solidez en el arco evolutivo de los personajes, y los ritmos de la historia podrían sufrir perturbaciones en la velocidad con la que ocurren los elementos.
Te podría decir qué tipo de escritor soy, en base a este paradigma, pero antes quiero contarte otro punto de vista.
Y es que, personalmente, me gusta más la definición de George R.R. Martin sobre los dos tipos de escritores. El autor de Canción de hielo y fuego hace una analogía entre lo del mapa y la brújula con el mundo de la arquitectura y la jardinería. Según él, más que de brújula o de mapa, el escritor es de tipo arquitecto o de tipo jardinero.
En el primer caso, el arquitecto, —que sería el escritor de mapa— se basa en la exhaustiva planificación de la escritura. La alegoría es evidente: el edificio que se construye primero se basa en un plano técnico; luego se mira el terreno; le siguen los cimientos; se colocan de forma ordenada los ladrillos; se asegura la estructura; y por último se pinta y se arreglan los últimos detalles.
El jardinero, por el contrario, construye la vida a través del crecimiento de las plantas, que seguirán su curso según las condiciones del medio, como el sol, el agua disponible, el clima o los nutrientes de la tierra. El jardinero —el escritor de brújula, en los términos antes expuestos— sólo se preocupa de que sus plantas estén saludables, por lo que podará y arreglará el crecimiento de éstas según vayan creciendo, colocando un palo para enderezarlas, o dándoles un abono de mayor calidad. No obstante, la planta no está sometida a los deseos del jardinero en cuanto a hacer crecer el número de ramas, hojas o frutos. El jardinero sólo la orienta, como el escritor que se orienta con su brújula.
Y dicho esto, y haciendo un análisis de dónde me encuadro…
Si quieres que te sea sincero, para mí es mentira que alguien sea totalmente de una cosa u otra —hasta que viene Bradbury con la poesía de sus novelas y te demuestra lo contrario—. Por eso, cuando construí Ísbar, la ciudad-estado de mi novela, me pregunté si el escenario, la trama, los personajes, el punto de vista, los ritmos, las escenas y, en fin, la historia con todos sus elementos en general, estaba planificada o bien iba surgiendo de forma improvisada.
Y resulta que, fíjate, todo es muy relativo. Pues a veces me veía caminando por la ciudad de Ísbar con un mapa en la mano, sabiéndome que había cosas que debía tener planificadas de antemano. Aunque a veces los mapas pueden sobrecargar, ¿sabes?; entonces estos se hacen difíciles de interpretar. Es ahí cuando saco una brújula y, teniendo claros los puntos cardinales, dejo que la aguja me hable y me oriente.
Del mismo modo, si me veo perdiendo el norte en este oeste del sur —el sur distrae mucho—, me hago arquitecto en un momento dado y me fabrico una atalaya para ver por encima de los edificios y saber dónde estoy exactamente —que es muy fácil perderse mientras escribes—. Por último, cuando el panorama se hace tosco, artificioso, insulso y repetitivo, me largo de la ciudad y me abandono a la naturaleza, donde todo tiene vida propia. Respiro la pureza de la vida que crece alrededor, y doy gracias a su compañía regándolas con el agua de mi experiencia, mientras las cosas crecen por sí mismas. Sin presiones.
Y así es la escritura, un momento fascinante de encuentro con uno mismo, donde afloran ideas y construcciones maravillosas. De todas formas, el 5 de noviembre saldrá La historia triste de un hombre justo, y creo que este punto quedará muy claro en sus páginas.
¿Y tú qué opinas de esto? ¿Sabrías identificar en la literatura a qué tienden tus escritores favoritos? ¿Son de mapa, de brújula o una mezcla? Te animo a que conversemos por aquí o me sigas por Instagram.
Un abrazo,
Ángel G. Olmedo.
No creo que haya ningún escritor que sea 100% «brújula» ni 100% «mapa». Cada escritor tiene un estilo y se sitúa en algún punto intermedio. Por ejemplo George RR Martin siempre ha dicho que él es un jardinero, no un constructor, y se nota, tanto en lo bueno como en lo malo. Supongo que incluso el escritor más planificador descubre en cierto momento que una parte de la novela no sale exactamente como él creía, y que ese camino es mejor que el que él tenía en su mente. Y viceversa, imagino que hasta escritores famosos por planificar sus novelas con antelación dejan cierto margen a la improvisación.
Coincidimos en ese punto de vista, Alejandro. De hecho, el autor está atado por las necesidades de su propia obra, de tal manera que debe someter su pluma a lo que demanda la historia. Esto a veces implica planificar una construcción, y otras improvisar nuevas veredas.
Un saludo.
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