Hace poco me pedían recomendar un libro en una entrevista que me hicieron para el podcast Milanosfera (que no sé si ya estará publicada o no), y no dudé mucho rato en decir El conde de Montecristo. De hecho, debo decir que sin esta obra de Dumas hubiese sido imposible escribir La historia triste de un hombre justo, especialmente la primera parte y algunos pasajes donde se resaltan las intrigas palaciegas.
Es verdad que El conde de Montecristo es una fuente gigantesca de inspiración, dado que es una obra magna donde aparece sintetizada toda la condición de luces y sombras del ser humano. Pero fueron los pasajes del Conde y Danglars los que me inspiraron para dar las leves —y necesarias— pinceladas al cuadro que compondría mi historia.
No fue la única novela que me enriqueció el alma, claro: el tremendismo de Cela tuvo también mucho que ver. Esto no quiere decir que en mi libro haya un estilo tremendista, ni mucho menos, pero al igual que con Dumas, tomé los ingredientes necesarios para el aderezo de mi escritura. En efecto, los niveles de crudeza pueden palparse o intuirse en algunos pasajes de mi libro, aunque no suelo ser demasiado explícito con ellos; me limito a recordar que el azaroso mundo puede ser retorcido y cruel.
Pero para dejar claro de qué lecturas me he imbuido en general, tengo que decir que mis referentes son claros en dos vertientes: por un lado, tenemos la literatura del siglo XVII, especialmente la más gamberra y quevedesca, porque es en ella donde he encontrado muchas de las expresiones y voces de germanía que impregnan mis páginas. Lope no ha tenido que ver tanto como Cervantes, y Góngora nunca fue de mi inspiración —a pesar de que alimenta el alma, indudablemente—. Por tanto, te puedo adelantar que si mis personajes eligieran irse a cenar con alguno de estos autores del Siglo de Oro, probablemente acabarían en un garito a altas horas con don Francisco de Quevedo y don Miguel de Cervantes.
Y por supuesto beberían hipocrás, una bebida especiada cuya receta tomé de un libro de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, y que aparece en mi obra.
Por otro lado, La historia triste de un hombre justo es una aventura de fantasía, por lo que la fantasía ha sido un claro referente a la hora de ponerme a escribir. Tolkien es evidente en muchos sentidos, y no sólo por ser el primero en abrirme la puerta al mundo de la imaginación; el periplo de Frodo me ayudó a cincelar muchas partes de Ísbar. Martin con su Canción de Hielo y fuego tiene poca presencia en mi obra, pero le reconozco un mínima influencia —a ver cuándo saca el sexto libro de la saga—: la cara más oscura de la ambición ligada al poder es ineludible en una historia donde aparecen algunas cuestiones políticas —aunque no es mi pretensión embotar las mentes con vacuos asuntos cortesanos, por supuesto—. En cuanto a Rothfuss y su Crónica del asesino de reyes, puse la guinda en muchos aspectos, especialmente en las descripciones que se vierten en la novela acerca de lo que Sanderson llama «magia dura» —a ver si también se da prisa con el tercer título—. En este sentido, mi sistema de magia tiene unas limitaciones y un porqué manifiesto que, por si no lo sabes, se basa en la música y la física cuántica.
¡Ah, claro! Los españoles contemporáneos. No en el género de la fantasía, pero sí de la histórica: Juan Eslava Galán, Pérez-Reverte y Matilde Asensi son geniales autores que condimentaron el sabor de todo esto, aportando tonos grises, inveterados y sucios: un inclemente velo que vierte sombra sobre las escenas, llevando a mis personajes a terrenos hostiles donde ponen a prueba los límites de su moralidad.
Y por último —aunque alguno dirá «¡menudo tostón!»—, también he contado con manuales de referencia y algunos ensayos académicos. Edad Moderna, de la colección Historia Universal de Antonio Domínguez Ortiz fue crucial para entender muchos de los pormenores del siglo XVII; Germanía; ejecutorias de hidalguía de las reales chancillerías de Granada y Valladolid. El quadrivium ha sido crucial para entender un poco más las mentes de los bachilleres de la época, aunque hable muy por encima de él y sólo sobre los elementos necesarios para la historia —ya sabes: el autor conoce la metatrama, pero sólo enseña la punta del iceberg—. Y por supuesto, los indispensables manuales que me ayudaron a tallar el registro de mi novela: los diccionarios de germanía. El primero de Juan Hidalgo: Romances de germanía de varios autores; el segundo de María Inés Chamorro: Tesoro de villanos.
Y si vuestras mercedes quieren ahondar más en La historia triste de un hombre justo, sabed que será publicada el 5 de noviembre de este mismo año. Hasta entonces, quedo a la impaciente espera de que mantengamos una conversación por este medio o por esta otra dirección, donde podrán acercase un poco más a un servidor.
Ángel G. Olmedo.
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