Emperadores, validos y del Colegio de Príncipes Electores
Ísbar se divide en distritos, extensos territorios que están separados unos de otros por murallas inmensas. La razón de acotar los límites del país en comunidades independientes no sólo responde a una división territorial de ducados, marquesados, condados y baronías, sino que cada territorio ha tenido que cuidar de su biosfera —terrenos vírgenes donde cultivar—. La explicación es compleja, pero se puede resumir en lo siguiente: cada vez hay menos espacio en la ciudad de Ísbar, y en los últimos dos siglos las casas se han ido construyendo unas encimas de otras, haciendo crecer «hacia arriba» la ciudad; por consiguiente, las murallas han debido ganar en altura con el paso de las décadas.
¿Cómo se gestiona políticamente todo esto desde el distrito central, sede de la administración del Imperio de Ísbar? Antes de responder, te haré yo otra pregunta: ¿Sabes algo acerca del Sacro Imperio Romano Germánico de Occidente? Porque es en eso en lo que me he inspirado.
No pasa nada si no sabes algo acerca del Sacro Imperio Germánico; conozco a historiadores consagrados al estudio de la materia durante más de veinte años, y sólo han conseguido la punta del iceberg en cuanto a la información de todo el fenómeno. Es de los temas más complicados de la Edad Moderna, pues el caos administrativo fue espantoso en su época. Y por eso precisamente, por el caos, me venía perfecto hacer una analogía entre la división territorial (en regiones autónomas) del país de Ísbar con la política de aquel Imperio de la Edad Moderna.
Ísbar tiene una procelosa burocracia, pues cada comunidad en su distrito se gestiona de forma autónoma, aunque supeditado a las leyes imperiales comunes. Estamos hablando de una jerarquía normativa parecida a la que tenemos con el reparto de competencias entre España y sus comunidades autónomas.
En este sentido, resulta muy difícil definir cuotas exactas de poder en cada distrito pues, al igual que con el Sacro Imperio, Ísbar cuenta con territorios nobiliarios, merindades, reinos, binarquías, repúblicas, cantones, prefecturas, y un montón de biosfera pertenecientes a señores solariegos y de mayorazgo. Todos estos títulos aparejados a cada individuo tejen un entramado de influencias difícilmente rastreable, pero de todas formas olvida todo lo dicho, pues vamos a quedarnos con el cuadro general.
Y el cuadro general es el siguiente: para armonizar la convivencia de distritos existe un órgano llamado «Colegio de Príncipes Electores», inspirado en la institución homónima que existió para el caso del Sacro Imperio Romano. ¿Y qué era un príncipe elector? Pues se trataba de un miembro de un colegio electoral que se encargaba de nombrar a los Emperadores bajo el cual se gestionaba todo ese caos administrativo. En otras palabras, quien fuese elegido Emperador en el Sacro Imperio tenía un problema bastante importante —Carlos I de España, y V de Alemania fue elegido, puede que muy a su pesar, mediante este método—.
El colegio de príncipes electores de Ísbar
En cuanto a Ísbar, el Colegio de Príncipes Electores se ocupaba, en un principio, de la misma tarea: elegir a los emperadores según iban expirando sus mandatos por fallecimiento o abdicación. Pero con la unificación de dos territorios importantes, la sucesión de la corona imperial de Ísbar pasó a ser dinástica —de padres a hijos—, y el colegio, que también es llamado «Cámara Territorial» —algunos ya pillarán el símil con cierta cámara legislativa de nuestro país— pasó a ser un órgano de representación de cada distrito, llevando a cabo funciones formales más que ejecutivas.
¿Qué hace el colegio exactamente?
Y es que incluso a los Emperadores hay que controlarlos, misión que tiene ahora el Colegio. Así que, como el órgano ya no puede elegir a sus emperadores, ahora se ocupa de nombrar un cargo político que puede ejercer una función de control sobre la Corona: el valido. El valido es un cargo ministerial de confianza que antes estaba elegido a dedo por el emperador, pero ahora lo selecciona el Colegio de Príncipes Electores, y se encarga de despachar los asuntos de la corona —mientras el rey se va de caza, organiza comidas y otros divertimentos más lascivos—. Así que, cada cinco años, todos y cada uno de los distritos proponen un valido para controlar al monarca. La proposición del candidato a valido correspondería a cada príncipe elector, que son dos por cada distrito: uno seglar y otro eclesiástico.
Una vez propuestos estos candidatos a valido, los distritos deberán ingresar las llamadas regalías, que son unos tributos que los Príncipes Electores recaudan de sus distritos en nombre de sus candidatos. De esta manera, el candidato que obtenga mayores retribuciones económicas es nombrado por el Colegio de Príncipes Electores valido por un periodo de cinco años.
Vamos, Ísbar es una plutocracia con tintes oligárquicos donde un par de facciones o casas practican el turnismo político.
Comprendiendo este sistema, es fácil llegar a la conclusión de que los distritos más ricos tienen todas las de ganar, ¿no? Te responderé que lo medites; cualquier paralelismo con las cuotas de poder de los partidos en los territorios de nuestro país es pura coincidencia —salvando las distancias, claro—.
Pero, a fin de cuentas, este sistema político no es necesario para entender la trama de La historia triste de un hombre justo, que verá la luz el 5 de noviembre de este año, sino que es algo curioso que te quiero revelar; como sabes, el autor sólo muestra la punta del iceberg, pero lo que se oculta debajo debe tenerlo en cuenta para construir su historia.
Esta información te la cedo porque es lo que la gente me demanda por email, así que no te cortes y dime sobre qué te interesaría saber; ya ves que lo hago realidad. Puedes responderme por aquí, si lo deseas. ¡Ah!, y sígueme por Instagram.
Un abrazo,
Ángel G. Olmedo.