Cuando me preguntan acerca de mis libros y su proceso de corrección, suelo responder que no me importa eliminar texto cuando éste es innecesario.
Ya he dicho en varias ocasiones que lo que dota de magia a una novela, a un suplemento de rol o a un manual es que la obra se convierta en orgánica. ¿Qué quiere decir eso? Pues que cobra vida propia. En este sentido, es el mismo libro el que te pide que añadas, reduzcas, muevas o incluso tengas que eliminar texto. Y cuando esto ocurre, el autor debe hacer caso a la obra o ésta será un fracaso; por consiguiente, el lector, que no tiene ni un pelo de tonto, lo notará enseguida y se sentirá estafado.
Por eso no me duele extirpar textos de mis libros. Reconozco que a veces no es cosa agradable, dado que todos nos enamoramos de un párrafo, una frase o un término concretos. Los elementos están ahí, colocados genuinamente en las dosis adecuadas, y el ritmo está perfectamente enhebrado, de modo que toda la exposición del texto está expectante por ser desvelada al mundo.
Pero hay veces que, lo que crees que funciona en lo que escribes, no siempre lo hace en quien lee, y por eso dichos elementos se deben «arrancar» sin paliativos del resultado final.
Ser eficaz
Si haces eso, obviando tus sentimientos a un lado, el pragmatismo te dará un gran beneficio: el de ser eficaz. Porque de eso se trata, eficacia para que la historia funcione. Siempre hay tiempo para la inspiración, pero, una vez puesta en práctica la inventiva de las musas, la poesía y el estilo deben pasar los filtros de lo que se considera útil para que la obra se sostenga. Y es que, admitámoslo, cuando el libro se publica ya no es tuyo, sino de tu audiencia. Ahí tú ni pinchas ni cortas; ya has regalado tus letras al mundo, por lo que han dejado de ser tuyas. Y te aseguro que esto es lo más bonito del proceso: guiar a tu creación sosteniéndole los brazos hasta que, cuando eche andar, dejas que vaya sola hacia la gente que la acogerá con los brazos abiertos.
La historia triste de un hombre justo está ganando lectores y tengo la firme convicción de que es, entre otras cosas, por este tipo de actitudes en el escritor. Soy realista: sé que el libro puede seguir funcionando o dejar de hacerlo —aunque espero que siga cosechando audiencia—, pero puedo quedarme tranquilo sabiendo que las cosas las he hecho profesionalmente. Por eso, si te dedicas a escribir, te aseguro que si sigues este consejo no te arrepentirás. Te lo repito: eliminar texto no es malo, retira lo que sea innecesario.
¡Oye! Si no te has leído la novela, espero que averigües estas cositas que te confieso haciéndote con un volumen aquí. Es un trabajo muy minucioso y cuidado, y por eso espero que lo disfrutes leyéndolo de la misma manera que yo lo he ido escribiendo para ti.
Ángel G. Olmedo.