Tengo una noticia para ti, y es que el personaje perfecto sí comete errores. Y si no, imagínate que el protagonista de una novela sea de rostro bello y buena figura, siempre sonriente y con ánimo imperturbable; que nunca cometa errores, no tenga miedos, todo lo sepa y resuelva las cosas de forma magistral. Es perfecto: no se le puede engañar, nunca es herido, nunca es vencido…
¡Joder! ¿Hay algo que aburra más?
¡Un personaje debe cometer fallos, errores imperdonables, porque eso lo hace más real! No me refiero que deba ser necesariamente torpe o imbécil, pero sus actitudes deberían ponerle en jaque de vez en cuando, verse contra la espada y la pared por culpa de sí mismo. ¿Acaso parte el conflicto moral no consiste en eso mismo? Rara vez nos vamos a identificar con un protagonista que tiene todo bajo control. ¿O crees que me equivoco?
Hoy te voy a revelar algo más sobre Dragos Corneli, el protagonista de La historia triste de un hombre justo.
Él es bueno en muchas cosas y eso forma parte de la casualidad narrativa, una herramienta que debe equilibrarse para que el personaje funcione bien. El ejemplo para el protagonista de mi novela es la magia. Dragos no tiene parangón en cuanto a la armonización de las llamadas escalas latentes, aunque eso no quiere decir que sea bueno en las demás escalas —o conjuros—. Existen otros pilares que sostienen la base de la magia; así que no es el mago perfecto, ni mucho menos.
Dragos necesitará, entonces, del ingenio de dos usuarios de la magia que le complementan: Closter y Nolvaria, las otras patas de la mesa. Claro que esto tiene un precio. Los tres en conjunto tienen talentos y defectos importantes como magos, como personajes, lo que hará que se abran nuevas vías de conflicto en la historia: decisiones importantes, emociones y necesidades que afloran, y comportamientos que afianzan o quiebran las relaciones entre ellos.
Además, Dragos Corneli no sólo es un personaje limitado por su capacidad arcana, sino también por su psicología atormentada. Es lacónico, subversivo y orgulloso. Sus ambiciones se mueven por deseos perversos e incontrolables que yacen escondidos bajo una pátina de cortesía y escrupulosa educación —y que se van revelando poco a poco a lo largo del libro—, pero que salen a relucir en cuanto se estimulan su odio y su temor. El personaje se difumina por un instante y aparece su alter ego, su demonio escondido.
Si Dragos fuera perfecto no necesitaría evolucionar, nos caería mal. No veríamos avance. Y Dragos Corneli tiene que completar su arco evolutivo a lo largo de su historia por una sencilla razón: acercarnos a su conflicto, vernos en él.
Necesitamos personajes alejados de la perfección. Puede que tengan algo de talento, pero deben ser tan humanos como tú y como yo. Sólo así, mientras estemos leyendo, el personaje podrá voltear su mirada a nuestros ojos por unos instantes a través de las páginas para buscar los nuestros. Seguro que lo has sentido alguna vez mientras leías, ese pellizco emocional al saber que nuestros sentimientos se cruzan con los del protagonista: ambos nos conectamos, nos sentimos comprendidos. Es por eso que necesitamos acompañarlo por la trama tras ese breve espacio de reflexión compartida.
Así es la literatura, un territorio en la ficción que emula nuestra realidad descarnadora. Y para que puedas introducirte en él, puedes hacerte con mi novela pinchando aquí. Mientras tanto, te recuerdo que tienes de forma gratuita el primer capítulo para que puedas meterte en la mente del protagonista y descubrir algo de sus pulsiones humanas.
Descargar el primer capítulo en audio;
Ángel G. Olmedo