De qué trata «El conde de Montecristo». Más allá de la venganza.

Si tuvieras que salvar diez libros, ¿cuáles serían? Hay uno que tengo muy claro.

Hay libros y libros, y tú lo sabes. Cuando pensamos en aquellos que nos han marcado, los rescatamos de la memoria con una prudencia y un respeto diferentes: entrecerramos los ojos con la mirada perdida, mostramos una sonrisa a media vela, una inhalación profunda que abre la puerta al mundo de los recuerdos, para que estos vengan a nosotros como invitados a nuestra consciencia.

Así que, haciendo un ejercicio de imaginación, me retrepo en mi sillón, cierro los ojos y echo la vista atrás, esperando a que la memoria me evoque las sensaciones relacionadas con uno de mis libros favoritos: El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Rápidamente empiezo a paladear lo que el diligente recuerdo me trae de aquellos tiempos en los que lo leía. Y aquí te muestro dicha explosión de sensaciones, con el mayor mimo que puedo darle al asunto. Mi intención es que al menos te embriague un atisbo de lo que significa esta obra para la literatura universal.

¿Una historia de venganza?

Se habla de El conde de Montecristo como una de las historias más icónicas sobre la venganza. Yo discrepo en algo: El conde de Montecristo no sólo trata de venganza; estamos hablando de una de esas novelas atemporales donde caben más cosas que ese concepto. Es más trascendental: la venganza es el leitmotiv, sí, pero también la base sobre la cual se desnuda la condición (miserable a la vez que maravillosa) del ser humano en una miríada de facetas a lo largo de más de mil páginas. Esto sólo ocurre una o dos veces en tu vida como escritor: tu novela se hace orgánica, se escribe prácticamente sola. Tiene vida propia porque sus personajes tienen vida propia.

Pero vamos a obviar mis pareceres sobre lo que Dumas confeccionó para ir deshilando la trama principal de la obra. El artículo es limitado, y lo interesante es que le demos brevedad para no saturar al personal (y para hacer buen SEO, qué cojones).

edmund dantés

Sí, lo que tú digas… Pero ¿de qué trata El conde de Montecristo?

Edmundo Dantés, una joven promesa para la marinería mercante, regresa a Marsella a bordo del bergantín Faraón. Su capitán ha muerto de unas cuartanas durante la travesía, pero la determinación de Edmundo para acabar el trabajo con solvencia lo pone en el punto de mira de las autoridades, y puede que promocione al puesto del fallecido capitán.

Se nos presenta entonces a un protagonista que lo tiene todo: dinero, posición y, en ciernes, una boda con una mujer maravillosa, pues se esposará con Mercedes, el amor de su vida.

La envidia (esa puerca condición de la humanidad)

Pero tanta dicha en un personaje empieza a envenenar la sangre de aquellos que se dicen sus camaradas: Fernando y Danglars. Su amigo Fernando está loco por los huesos de su prima, que resulta ser Mercedes, la prometida de Edmundo; mientras que Danglars tiene las tripas deshechas de ira cuando se entera de la promoción de Edmundo en el Faraón. Ambos urden un plan contra el protagonista, pues saben que, antes de que viniera a Marsella, el barco hizo una parada en la isla de Elba, donde Napoleón Bonaparte permanecía preso. Y aquí está la madre del cordero, el error que pone la maquinaria en marcha: resulta que el mismísimo Napoleón dio a Edmundo una carta, concretamente una misiva dirigida a un tal Nortier y, claro, siendo nuestro pobre protagonista un alma cándida y bondadosa, accede a hacerle el favor al desvalido hombrecillo de Elba.

Así, los traidores Fernando y Danglars se chivan al procurador del rey, Villefort, de estas circunstancias con fin de hacer caer en desgracia a Edmundo, acusándolo de confabular con Napoleón, enemigo político del restaurado régimen. Así descubren que Edmundo tiene una carta de Napoleón dirigida a un al Nortier; un acto de deferencia, más que de traición, puesto que Edmundo hizo el favor de transportar la misiva por ser amable con Napoleón. Villefort, en un principio, está a punto a dejar marchar a Edmundo (toma incluso una actitud jocosa y hasta paternalista, dándole la menor importancia al asunto), pero cuando el procurador lee la carta un golpe de mala suerte golpea a Edmundo. Resulta que el Nortier es el padre del procurador, del mismo Villefort, por lo que éste, temiendo que su familia sea acusada de partidarios bonapartistas, ordena rápidamente el encierro del muchacho en el castillo de If.

El abate Faria (o el Qui-Gon Jinn de la obra)

Aprender no es saber: de aquí nacen los eruditos y los sabios. La memoria forma a los unos, y la filosofía a los otros.

faria

Imagínate que toda tu vida dé un vuelco de 180 grados. Lo tienes todo: promocionas al mejor puesto que aspiras y el amor de tu vida está junto a ti. De repente, en menos de un minuto, te ponen cadenas y te llevan a un islote donde te incomunican del resto de la sociedad; allí pasarás lo que te resta de tu vida, y todo cuanto amas se te estará vetado para siempre.

Edmundo experimenta los peores años de su vida confinado en un frío castillo en mitad del mediterráneo. La cuenta de los años se diluye en la niebla del tiempo, y nuestro protagonista pierde todo atisbo de esperanza. El desarrollo de su psicología y su nueva personalidad tendrán su origen en un episodio particular durante la penosa soledad de su celda. Un día aparece en ella un anciano; por lo visto es otro preso que llevaba años cavando un túnel para fugarse, dando con la celda de Edmundo por error.

El abate Faria está inspirado en José Custodio de Faria, y representa en la obra de Dumas el mentor del que habla Joseph Campbell en su teoría del monomito (aquí te dejo un artículo chulísimo hablando de Frodo y el monomito). Y efectivamente se convierte en el maestro de Edmundo, al que va a visitar todos los días. Estos contactos clandestinos insuflarán en nuestro protagonista un hálito de esperanza, a la vez que le regalarán el mayor tesoro que alguien puede tener: el conocimiento. Comienza así la transformación de nuestro personaje: Edmundo, que era una persona llana y sencilla, ahora empieza a germinar dentro de sí una sofisticada semilla de sabiduría, regada con el agua de la cultura, en la que se diluye la suspicacia (la bilis, en realidad) de un alma atormentada.

El mundo extraordinario

Cuando se viaja es por instruirse, cuando se cambia de lugares es para ver.

El abate confiesa a Edmundo un secreto maravilloso: en la isla de Montecristo hay escondido un tesoro, y quiere compartirlo de corazón con nuestro protagonista. Sin embargo, Faria no traspasará vivo las murallas de If, puesto que un accidente acabará con su vida. El desdichado Edmundo, que pierde lo único que tenía en su vida, aprovecha la muerte de su amado amigo para escapar del castillo.

Obviando el transcurso de los acontecimientos de la fuga de Edmundo (una fuga muy chula, la verdad; léete el libro), Edmundo logra escapar del castillo de Iff, y rápidamente encuentra un islote donde pasa las penurias de la noche. Cambiando de nombre y enrolándose en un barco de contrabandistas, Edmundo se las ingenia para llegar hasta Montecristo, donde encuentra el tesoro.

Y así, viéndose poderoso, culto y (lo más importante) con una bilis destilada por el ansia de justicia, Edmundo utiliza sus recursos para cambiar su aspecto: ahora es el Conde de Montecristo. Paris le espera, y sus enemigos allí. La red de la venganza se despliega bajo los pies de la sociedad parisina, ávidos de asir los pies de aquellos que le traicionaron.

Este es el paso que da el protagonista de la obra en el mundo extraordinario. En el momento en que toma las riendas de sus acciones y cobra sentido su curso de acción, mostrando una actitud determinada, Edmundo ha traspasado por sí mismo un velo desde el cual no hay marcha atrás.

Y aquí, paramos de hacer spoilers, porque entramos en la manteca colorá.

La política

[…] señor conde: apenas hayáis contado a alguien vuestra tierna historia, correrá por el mundo completamente desnaturalizada. Entonces pasaréis por un expósito.

Otros de los elementos cruciales para entender de qué trata El Conde de Montecristo son la política y las relaciones sociales de la época. La importancia de no dar más información de la precisa, los conciliábulos y desnudar la ideología (la bonapartista, o la del antiguo régimen), son elementos que salpican la historia. Sobre todo en los momentos delicados donde los personajes corren el peligro de que sus máscaras caigan para mostrar su verdadero rostro.

Dumas quiere retratarnos el carácter liberal de algunos personajes, como Noirtier, ligándolos a los planteamientos más avanzados para la época, así como la inveterada y cerril mente de Villefort, su hijo, que se apega a un ideal más tradicionalista.

El protagonista percibe bien todos estos matices en las relaciones sociales de distintas familias; como si viera las fichas en un tablero de ajedrez. Para el Conde todo es estrategia y la determinación debe impregnar cada palabra que diga, sin mostrar vacilación. He aquí la importancia de cuidar su personaje, su interpretación. Es una verdadera delicia como Alejandro Dumas nos está construyendo cada frase puesta en boca de Edmundo Dantés, que interpreta a su vez el personaje del Conde.

La intensidad de la obra

No existen emociones intermedias en un corazón ulcerado por una desesperación suprema.

El conde de Montecristo trata de cómo el tormento se pone el disfraz de la determinación. El hombre se disipa y aparece el mismo demonio, calculador y frío, moviendo las piezas de lo que el atormentado va dictando. Pues, por primera vez, es el hombre quien susurra al oído del demonio, que ejecuta con una apariencia de buenas voluntades el plan urdido por aquél.

de qué trata el Conde de Montecristo

A pesar de sus más de mil páginas, la obra mantiene un ritmo espectacular, y más aún para la época ―la literatura decimonónica es muy diáfana y ayuda también―. Los acontecimientos que transcurren por cada movimiento sobre el tablero de juego ponen al lector sobre aviso: no hay ninguna decisión al azar; ninguna mordedura sin dolor. El invicto Montecristo tiene ventaja porque ve más allá de todo y todos; y por eso se permite infligir todo el dolor a los límites deseados.

Por acostumbrados que estén los hombres al peligro, conocen en el momento supremo la diferencia que existe entre el sueño y la realidad, entre el proyecto y la ejecución.

Y la venganza

No hay ventura ni desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí todo.

La venganza del Conde sufre varios estadios dentro de la obra: primero se pergeña en la mente de un hombre atormentado que lleva una máscara de apariencias. Luego se imbuye del veneno más letal, que lo macera en la saliva, y como una serpiente se enrosca, agazapada y calculadora mientras observa sus presas. Por último, la venganza se consuma de la manera más fría y cruel, con todos los planteamientos morales que ello conlleva; incluso llevándose a inocentes por delante, si hace falta.

Es abrumador encontrar a un Edmundo diferente al final de la obra: al principio se trataba de un joven cándido y servicial, y ahora es el mismo demonio. Su venganza no tiene paliativos con nadie; ni siquiera con aquellos que amaba con locura.

No voy a hacer spoiler de lo que ocurre al final, pero el conflicto moral cristaliza con un mensaje que hiela la sangre y pone la piel de gallina. Si hay redención o no, eso es cosa tuya saberlo, pero te dejo una de las frases más dolorosas e instructivas de la literatura universal:

«Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema».

Y la literatura duele, te lo aseguro. Cuando se te hinca en las carnes de verdad, es cuando afloran los estilos y pulimentamos las letras en honor a quienes nos alimentaron el alma.

Por eso jamás podría haber escrito La historia triste de un hombre justo si no fuese, entre otros, por el gran Dumas. Y es que en El conde de Montecristo está todo: no sólo es una historia de venganza, sino de amor y dolor, de envidia y traición, de amistad y camaradería, de política y injusticia… Y montones de cosas más con las que he alimentado mi estilo y mis pulsiones literarias para definir mi obra.

Te exhorto a que te leas esta maravillosa obra de nuestra literatura. Pero antes, cuéntame. ¿Tú también sientes tanta pasión por un libro en particular? ¿Cuál es? ¿Qué libro salvarías?

¡Ah, y también te dejo mi novela!, al menos el primer capítulo por si también quieres echarle un vistazo ¾o el oído¾ a las primeras páginas.

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