Muestra, no cuentes y cuenta, no muestres

Hay una herramienta muy conocida en el mundillo de la escritura, que muchos conocen por la sentencia de «muestra, no cuentes». Y considero que más que una sentencia, a veces parece un mandamiento, un dogma que la mayoría de los que empiezan a escribir se toman muy en serio. ¡Ay, caen en la trampa!

La sentencia la emite un juez en base a una regla; el mandamiento lo impone un fanático de una religión en base a la palabra divina. En el arte las dos cosas están mal, pero la segunda es peor; si bien la literatura es arte, también precisa de directrices, y hay algunas reglas que no está bien saltárselas. No obstante, el fanatismo de los gurús de la literatura está yendo demasiado lejos.

Y hoy en día abundan fanáticos por todas partes. Incluso en la literatura.

Mostrar y contar

Lo de mostrar antes que contar es antiguo, y defiende la idea de que cuando escribimos debemos tender a inspirar antes que a describir: «Pepe apretó los puños y su rostro se enrojeció; su mirada cortaba», es mejor que decir: «Pepe estaba enfadado». ¿Por qué? Porque mostrar nos acerca más al personaje.

Dicen…

Para mí, llevar esto al extremo son ganas de hacerse el poeta cuando no toca, la verdad.

Alejándome un poco de la metáfora, permíteme hacer un alegato a, en estos términos de la narrativa, la denostada palabra «contar», a la que parecen tener miedo los contadores de historias. Porque mostrar está muy bien, sí, pero contar —o describir en bruto— también es la hostia si se sabe hacer bien.

Pero vamos a desgranar cada cosa, no vaya a ser que se me pierdan.

A veces, mejor muestra

Cuando los «literatos» arengan a legiones de escritores noveles a mostrar por encima de contar, lo que están diciendo es que se alejen de los pasajes descriptivos y pongan la acción de los personajes en marcha. Es decir, que los lectores se sientan parte de esa acción hasta el punto de verla, oírla, saborearla…

En vez de decir, «Juan era un gran boxeador, por eso el puñetazo que profirió a Pedro fue suficiente como para tumbarlo», di mejor: «Juan puso a prueba sus días de entramiento: giró su cadera y descargó un gancho en la mandíbula. Pedro cayó sobre el asfalto y Juan recordó aquellos tiempos sobre la lona».

Esto último nos dice más de Juan, porque no sólo nos describe la escena, sino que lo acompañamos en sus recuerdos y sus capacidades. Casi podemos oler la puñetera lona. ¿Qué lección sacamos de esto? Pues que, aparte de que no debes meterte con Juan, mostrar es una tarea que corresponde al escritor cuando éste quiere transmitirnos sensaciones, haciendo orgánicos los elementos del lenguaje narrativo.

Y a veces, es mejor que cuentes

Pero es que no podemos estar mostrando todo el tiempo con una prosa florida y elegante. Yo, al menos, me volvería loco.

¿Te imaginas a Tolkien en El señor de los anillos mostrando constantemente? ¿Te das cuenta del desgaste mental que supondría para el lector?

Tolkien escribe: «La niebla se extendía detrás de ellos en los bosques de las tierras bajas y se demoraba en las pálidas márgenes del Anduin, pero el cielo estaba claro. Aparecieron las estrellas. La luna creciente remontaba en el oeste y las sombras de las rocas eran negras». Se acabó, ¿para qué más? ¿Acaso necesito saber que «la plata del disco nocturno se derramaba sobre la obstinada piedra, que sajaba el brillo sobre el césped desamparado»? No, porque no es la pretensión de Tokien impactarme emocionalmente con sus descripciones. Para eso están los personajes y otros momentos concretos que evocan la magia de la Tierra Media.

La niebla se extendía. Punto.

El equilibrio

En este sentido, hay momentos en que la narrativa precisa de descripciones más frías y escuetas (contar), elementos dosificados para que estén al servicio de la historia cuando se necesiten; mientras que, en otros momentos, la historia nos quiere acercar a su mundo para que casi podamos tocarlo con las manos (mostrar).

Cuéntame (o muéstrame, yo qué sé), ¿eres capaz de detectar esto en una obra de ficción? Te escucho.

¡Ah! No está de más decirte que tengo una novela que equilibra esto, llamada La historia triste de un hombre justo. Y si quieres puedes echarle un oído al primer capítulo; no es una frase hecha, está narrado por mí y mola tela. A ver si ahí me detectas qué muestro y qué cuento.

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