Hoy, como tantas otras veces, quiero pedirte que hagamos un ejercicio de imaginación compartida. Al igual que ya hemos hecho con otras newsletter, quiero que abramos la puerta que nos lleva a ese mundo maravilloso donde todas las cosas son posibles: nuestra imaginación. Necesitaremos este lugar ficticio forjado en nuestra mente como punto de encuentro entre los dos, pues en él pretendo que nos reunamos, tú y yo, para que me permitas presentarte a una persona muy especial.
Así que, por lo pronto, imaginemos que nos hallamos en un estrecho callejón por el que corre una suave brisa nocturna; desde una de las puertas de las casas se escucha el jolgorio de un garito donde la gente parece estar bebiendo a altas horas de la noche. ¿Te ves en ese callejón? Estoy ahí, contigo. Puede que el relente erice un poco la piel, pero estamos en época estival; nos basta arrebujarnos en una capa para estar más calentitos. Mientras nos abrigamos bien miramos hacia arriba: sobre nuestra cabeza, en el silencio del callejón, un firmamento lleno de incontables luceros diáfanos nos da a entender que nos hallamos en un sitio donde no existe la contaminación lumínica. Pudiera parecer que nos encontramos en un pueblo tradicional, perdido en el interior del país, pero… lo cierto es que hemos viajado también en el tiempo: estamos en una villa del siglo XVII, en plena Edad Moderna.
¡Silencio, ahí viene nuestro personaje!
¿Lo ves, solitario y frágil? Se mueve furtivamente en la noche, una sombra recortada a la luz de la luna, buscando cobijo de la templada noche. Lleva un jubón aterciopelado igual de negro que las sombras de alrededor, por lo que sólo podemos intuir su figura. Enjuto se arrebuja en una capa terciada donde oculta su espada ropera. Parece que le cuesta andar, como si anduviera borracho a estas horas de la noche. La verdad es que, a parte del alcohol, anda zambo. Ya sabes, con los pies hacia dentro.
Se para de pronto y gruñe unas palabras ininteligibles. Creo que nos ha oído cuando hablábamos de sus pies, pero ¿qué es lo que murmura? Parecen unos versos:
«Peor es tu cabeza que mis pies.
Yo polo, no lo niego, por los dos,
tú puto, no lo niegues por los tres.»
¡Vaya, creo que se ha ofendido!, así que bajemos un poco más la voz y dejémosle pasar. Mientras nos echamos a un lado, vemos cómo nuestro gentilhombre se arrastra hacia la puerta de donde provienen la algarabía y el vicio, la abre y se mete en su interior.
Parece un pobre personaje, ¿no crees? Un tipo lastimoso y frágil que, si bien va armado, no tiene pinta de ser muy peligroso. ¿Has visto bien su cojera? ¡Si casi ni podía caminar! Y se ha llamado a sí mismo, a su condición, «polo». ¿Polo? Particular forma de hablar la de este hombre.
Pero, a decir verdad, no deberíamos juzgar las cosas tan a la ligera: ni sus piernas ni su mente son lo que parecen. Pues esas malas pulgas no son las de un pobre beodo que alardea de poeta; como decía Tolkien «No todo el oro reluce». Y para demostrártelo, permíteme decirte de dónde viene este hombre.
Precisamente, esta noche viene de una fiesta, y no precisamente celebrada por la villanía, sino de una fiesta de ricos, celebrada por la misma aristocracia del país. Pues este hombre se codea con la corte de Castilla y con la de su majestad, el rey Felipe IV de las Españas. Sí, este hombre trabaja para el mismísimo monarca.
Nuestro gentilhombre es denostado en la sociedad por muchos motivos, pero su talento es incuestionable. Muchos le admiran, incluso en la corte del Rey, pero otros lo desprecian, y esta misma noche se ha ganado la enemistad del mejor maestro de esgrima del país, el portentoso e imbatible Luís Pacheco de Narváez. ¿Sabes por qué? He ahí la otra razón por la cual no debiéramos criticar su forma de andar, pues este hombre ha demostrado una destreza asombrosa con la espada: ha vencido en un lance al maestro de esgrima; lo ha dejado en ridículo delante del presidente de la corte de Castilla, en su misma casa.
Pero aún hay más. Ya hemos visto que no deberíamos engañarnos por su físico, pero tampoco por su apariencia de desjuiciado borracho. Este personaje es un portento de inteligencia, pues habla con fluidez el griego, el latín y se cree que también el italiano. De hecho, ha trabajado como agente encubierto para la Corona en Italia, siendo espía de la corte en Venecia. ¡Ya lo ves! Resulta que el cojo es, además de literato, una especie de James Bond de la época.
La puerta del garito se abre de un chasquido y nuestro amigo sale de nuevo, tambaleándose. Nos mira unos segundos, en la quietud del callejón, como si fuera a interpelarnos. Pero, después de todo, nuestro gentilhombre es de buena crianza. Se lleva la mano al pecho en señal de saludo, donde bordado en el terciopelo negro vemos un emblema que habíamos pasado por alto: la cruz de la Orden de Santiago. «Buenas noches a vuestras mercedes», dice nuestro digno caballero de orden, ¡que no es poco en estos tiempos!
Y calle abajo, odiado por muchos, admirado por otros, don Francisco de Quevedo, uno de los artífices de nuestra lengua actual, forjador de muchos de los términos que hoy día manejamos, y que nos legó a través de la germanía y la sociedad de la época un sinfín de voces y palabras que —inconscientemente— seguimos usando aún en nuestros tiempos, se aleja canturreando, ajeno a todo por lo que sería admirado hasta día de hoy:
Séneca, el responder hoy de repente
a tu razonamiento prevenido,
gloria es de tu enseñanza, que ha podido
formar mi lengua contra ti elocuente.
Y ahora, despertemos a la realidad. Hoy no quería hablarte de mi novela, sino de un hombre que me apetecía presentarte. A lo mejor ya lo conocías, pero si no, me alegra mucho habértelo acercado. En ambos casos, creo que ha sido beneficioso transportarnos al Siglo de Oro y recordarlo, aunque sólo fuera por unos segundos. Tanto le debemos (aunque a veces no seamos conscientes) que era lo mínimo que podíamos hacer. Al menos yo tengo una gran deuda con él, pues muchos términos de germanía de La historia triste de un hombre justo se forjaron en parte gracias a lo que leí de su poesía siendo estudiante. Este 5 de noviembre podrás leer mi aventura, que espero de todo corazón que te guste.
¿Qué te parece todo esto? ¿Te interesa que describa más mi mundo? ¿Qué otros autores me han influido? ¿Qué cosas quieres saber de la trama? No te cortes, háblame por aquí mismo. ¡Ah!, ¡y sígueme en Instagram!
Un abrazo,
Ángel G. Olmedo.
P.D.: El 15 de noviembre pienso darte un regalo, y te lo revelaré en mi próxima entrada.